La Noche Del Cazador Epub
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El bosque de gomeros. - El antílope azul - La señal de reunión. - Un asalto inesperado. - El Kanyemé. - Una noche en el aire. - El Mabunguru. -Jihoue-la-Mkoa. - Provisión de agua. - Llegada a Kazeb
En el lecho de un torrente, en el que quedaban algunas aguas estancadas, saciaba su sed un grupo de unos diez antílopes. Aquellos graciosos animales, olfateando un peligro, parecían inquietos; entre sorbo y sorbo de agua, levantaban la cabeza con azoramiento, husmeando con sus hocicos las emanaciones de los cazadores.
Los cazadores recogieron en un momento la carne que habían asado y empezaron a desandar el camino, guiándose por las ramas que Kennedy había esparcido con esa intención. La espesura de la arboleda les impedía ver el Victoria, del cual no podían estar lejos.
Hacia las siete, el Victoria planeaba sobre la cuenca de Kanyemé. El doctor reconoció al momento aquel vasto desmonte de seis millas de extensión, con sus aldeas ocultas entre baobabs y güiras. Allí se encuentra la residencia de uno de los sultanes del país de Ugogo, donde la civilización está menos atrasada y se comercia rara vez con carne humana; sin embargo, hombres y animales viven juntos en chozas redondas sin armazón de madera, que parecen haces de heno.Después de Kanyemé, el terreno se vuelve árido y pedregoso; pero a una hora de distancia, cerca de Mdaburu, hay un valle fértil donde la vegetación recobra todo su vigor. El viento cesó al anochecer, y la atmósfera pareció dormirse. El doctor buscó en vano una corriente a diferentes alturas; al constatar la calma de la naturaleza, resolvió pasar la noche en el aire y, para mayor seguridad, se elevó unos mil pies. El Victoria permanecía inmóvil, y la noche, magníficamente estrellada, cayó en silencio.Dick y Joe se tumbaron en su apacible cama y se sumieron en un profundo sueño durante la guardia del doctor, que fue reemplazado por el escocés a medianoche.
La noche fue fría; llegó a haber 270 de diferencia con la temperatura del día. Con las tinieblas había empezado el concierto nocturno de los animales, a quienes la sed y el hambre obligaban a abandonar sus guaridas. Se oyó la voz de soprano de las ranas, acompañada de los aullidos de los chacales, mientras que los imponentes graves de los leones sostenían los acordes de aquella orquesta viviente.
Por la mañana, al volver a su puesto, el doctor Fergusson consultó la brújula, y observó que durante la noche había variado la dirección del viento. Hacía cosa de dos horas que el Victoria derivaba unas treinta millas hacia el noreste. Pasaba por encima de Mabunguru, país pedregoso, sembrado de bloques de sienita bellamente pulida y de gibosos montículos; masas cónicas, análogas a los peñascos de Karnak, erizaban el terreno cual dólmenes druídicos; numerosas osamentas de búfalos y elefantes salpicaban el suelo de blanco, y, exceptuando la parte del este, en que se levantaban profundos bosques bajo los cuales se ocultaban algunas aldeas, había pocos árboles.
El banian bajo el cual los dos indios iban a pasar la noche era uno de los más gigantescos, con más de seiscientas columnas que sostenían enormes ramas cargadas de pequeños frutos rojos, y tenía un tronco de gran grosor, aunque cortado a una cierta altura, al lado del cual se sentaron Tremal-Naik y Kammamuri con la carabina apoyada en las rodillas.
Seis años después de esa noche, Carmen está decidida a conseguir las pruebas que exculpen a su padre, aunque comenzar a tirar del hilo de la verdad implique lidiar con una madeja intrincada y peligrosa.
Su familia lo recluyó en el psiquiátrico tras una conducta imprevisible. Ahora Francis lleva una vida solitaria, pero un reencuentro en los terrenos de la clausurada institución remueve algo profundo en su mente agitada: unos recuerdos sombríos sobre los truculentos hechos que condujeron al cierre del W. S. Hospital, y el asesinato sin resolver de una joven enfermera, cuyo cadáver mutilado fue encontrado una noche después del cierre de las luces. 2b1af7f3a8